La Magia de la Noche de Muertos en la Región Lacustre de Michoacán
En la oscuridad profunda de la noche, el lago de Pátzcuaro se transforma en un espejo que refleja miles de pequeñas luces. Velas que, como estrellas, iluminan el camino de quienes vuelven desde el otro lado. Las comunidades purépechas de la región lacustre de Michoacán —Janitzio, Tzintzuntzan, Ihuatzio y otras pequeñas islas y poblados— se visten de solemnidad y color en una de las tradiciones más arraigadas y simbólicas de México: la Noche de Muertos.
Es la medianoche cuando el murmullo del lago se mezcla con el rezo de las familias y el sonido de las guitarras, que entonan cantos dedicados a sus difuntos. Las mujeres purépechas, vestidas con sus faldas bordadas y rebozos oscuros, avanzan en procesión hasta los panteones, cargando ofrendas repletas de pan de muerto, calaveras de azúcar, fruta fresca y platillos típicos que prepararon con esmero. En sus brazos, cargan también las fotografías de sus seres amados que ya no están, pero a quienes esperan reencontrar esta noche.
En Janitzio, la atmósfera es casi mística. Los pescadores del lago, descendientes de generaciones purépechas, navegan sus canoas adornadas con velas encendidas, llenando la superficie del agua de puntos luminosos que se mueven con el vaivén del agua. Esta tradición, conocida como la “danza de las mariposas”, es una metáfora de las almas de los difuntos que vienen de regreso, volando ligeras como estos insectos de alas coloridas.
En los panteones, las familias pasan la noche en vela, conversando en voz baja, recordando historias de los seres que honran, mientras decoran las tumbas con pétalos de cempasúchil que forman caminos hacia el altar, pues se dice que el intenso color y aroma guían a las almas de regreso. Los niños corretean entre las tumbas, como si comprendieran instintivamente que esta noche no hay espacio para el miedo, sino para el amor y el recuerdo.
La vigilia se extiende hasta el amanecer, momento en que el primer rayo de luz despide a los visitantes del más allá. Las familias se retiran con los rostros cansados, pero satisfechos de haber compartido, una vez más, un instante con aquellos que partieron. En el aire queda suspendido el aroma del incienso, y en la tierra, el recuerdo imborrable de la mágica Noche de Muertos en el corazón de Michoacán.