El campo en pie de lucha: cuando el maíz vale menos que un discurso

Por Ciudadano X
El martes amaneció con las carreteras tomadas, los tractores varados y los rostros curtidos por el sol reclamando algo tan simple como justo: que el maíz valga lo que cuesta producirlo.
En Michoacán, particularmente en Zinapécuaro, los agricultores llevan más de 24 horas bloqueando la autopista México–Guadalajara.
Y no están solos: en Guanajuato, Jalisco y buena parte del Bajío, el campo entero parece haber dicho “¡basta!”.
Todo comenzó con una negociación rota. La Secretaría de Agricultura anunció un precio de garantía de 6 050 pesos por tonelada de maíz blanco, muy por debajo de los 7 200 pesos que los productores consideran el mínimo viable para cubrir sus costos. Una diferencia de poco más de mil pesos que, para los funcionarios de escritorio, puede parecer un detalle; pero para el campesino que paga fertilizante, diésel, agua y jornales, es la línea que separa la subsistencia de la ruina.
Han pasado más de 24 horas desde que inició el paro en las carreteras, y el gobierno no ha emitido pronunciamiento alguno. Ni la Secretaría de Agricultura ni el gobernador de Michoacán han dado la cara.
El silencio es tan evidente que parece una política pública más: callar hasta que el problema se desgaste.
Pero el campo no olvida. Y tampoco olvida a quiénes se benefician de su abandono, porque entre los surcos y las parcelas también se mueven los políticos: funcionarios, exalcaldes y diputados que ahora posan como agricultores o líderes del agro, mientras buscan capitalizar el enojo para su siguiente campaña.
Los mismos que hace unos años se tomaban la foto con sombrero prestado, y hoy se presentan como “defensores del campo”. Ironías que solo México entiende.
El campo mexicano lleva años en crisis, y Michoacán no es la excepción.
Los productores de maíz, que alguna vez fueron símbolo de orgullo nacional, hoy viven asfixiados por la indiferencia gubernamental y por políticas públicas que no entienden —o no quieren entender— que el campo no puede sostenerse con discursos ni con visitas fugaces a las obras.
Mientras el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla presume avances en infraestructura y eventos públicos, el campo hierve.
Los agricultores de Tierra Caliente, del Bajío y del norte del estado no reclaman dádivas ni favores: exigen un precio justo, exigen respeto, exigen que el gobierno los vea como el pilar que sostiene la mesa de todos los mexicanos.
“¿Cómo quieren que sigamos sembrando si ni siquiera podemos recuperar lo invertido?”, dijo un productor en entrevista con La Jornada. Esa frase resume el abandono.
Detrás de los bloqueos, hay una verdad incómoda: México está dejando morir al campo, cada hectárea sin cultivar es una derrota, cada tonelada mal pagada, una burla.
Y mientras los políticos se reparten culpas, los campesinos siguen sobre el asfalto, bajo el sol, recordándole al país que, sin ellos, no hay nación que alimente a su gente.
Hoy el gobierno tiene la oportunidad —una más— de rectificar, de escuchar, de negociar con sensatez, de demostrar que el campo todavía importa, pero si vuelve a voltear hacia otro lado, que no se sorprenda cuando el maíz se convierta en símbolo de resistencia, y el silencio del campo se transforme en rugido.
Porque cuando el pueblo del campo se levanta, no lo hace por capricho, sino por hambre… de justicia.
Yo soy Ciudadano X, hasta la próxima o… el próximo bloqueo.
— “Sin fuero, sin miedo, sin rostro”






