
Por Ciudadano X
Mientras Michoacán arde, el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla parece seguir viviendo en una versión alterna del estado: una donde todo se resuelve con conferencias, giras de supervisión de obras y fotografías bien cuidadas.
Pero fuera de esa burbuja mediática, los pueblos viven entre bloqueos, balaceras, extorsiones y miedo. Y lo peor: sin respuestas reales.
En días recientes, Tierra Caliente volvió a ser noticia. Bernardo Bravo, líder limonero en Apatzingán, fue asesinado tras denunciar las extorsiones del crimen organizado.
Se dice —y no sin razón— que días antes el gobierno le había retirado la camioneta blindada y las escoltas que lo protegían. Nadie lo ha confirmado… pero tampoco lo han negado, y en este país, cuando el silencio pesa más que la verdad, la sospecha se convierte en certeza.
Mientras tanto, el gobernador prefirió enfocarse en otro tipo de “emergencias”: las obras, los discursos, las inauguraciones.
El aparato estatal se activa con precisión para cortar listones, pero se vuelve sordo y ciego cuando las balas suenan o cuando los ciudadanos claman por justicia.
Recuerdo que, apenas hace unas semanas, Michoacán fue escenario de nuevos bloqueos violentos; en Pátzcuaro, hombres armados incendiaron vehículos, cerraron carreteras y sembraron terror en zonas que, hasta hace poco, eran turísticas. La violencia ya no está confinada a los mismos municipios: se expande como una mancha que el gobierno no sabe —o no quiere— contener.
A finales de septiembre, El País reportó una “ola de narcoviolencia” que azotó Apatzingán y otros municipios con ataques a bases militares, incendios y uso de drones explosivos.
Y apenas en octubre, se registraron 21 asesinatos… ¡21!, en un solo fin de semana, entre ellos policías municipales.
Pero mientras todo esto sucedía, el gobernador seguía apareciendo en videos promocionales hablando de desarrollo, de obras, de “un Michoacán que avanza”.
¿Avanza hacia dónde? ¿Hacia el miedo, el silencio o la simulación?
El discurso oficial presume una reducción del 60% en homicidios dolosos. Una cifra que podría parecer alentadora, si no fuera porque cada semana los titulares desmienten esa versión.
La violencia no se mide solo en cuerpos: se mide en la desconfianza, en la huida de empresarios, en los pueblos que se quedan vacíos, en los ciudadanos que ya no denuncian porque temen ser la siguiente nota roja.
Las estadísticas sirven al poder, pero no protegen a la gente.
Y Michoacán hoy es un espejo que refleja esa contradicción: mientras las gráficas bajan, el miedo sube.
En Morelia, los normalistas siguen actuando con total impunidad: bloqueos, vandalismo, saqueos. El día que Mariana Sosa Olmeda —titular del IEMSySEM— se les plantó de frente, el gobernador brilló por su ausencia.
No fue él quien dio la cara, sino una funcionaria que, con o sin aciertos, mostró más carácter que su propio jefe político.
Esa escena lo dice todo: en Michoacán, quienes deberían conducir el timón están ocupados en la foto, mientras otros intentan apagar el incendio, un gobierno en modo piloto automático, básicamente.
El michoacano común lo sabe: la inseguridad no se combate desde los discursos ni con giras de supervisión. Se combate con presencia, con decisiones firmes, con responsabilidad.
Y esa es, precisamente, la gran ausencia de Bedolla.
El gobernador se ha convertido en un espectador de su propio estado. Presume logros, pero no enfrenta realidades; reparte culpas, pero no soluciones.
El vacío de liderazgo en Michoacán no solo deja espacio al crimen, sino también a la desesperanza.
Hoy, la violencia no es solo un tema de cifras: es un modo de vida impuesto a fuerza de miedo y abandono.
Yo no soy político, ni juez, ni parte, soy un ciudadano más, uno que mira con indignación cómo los poderosos creen que pueden maquillar la realidad con conferencias y obras; Michoacán necesita un gobernador presente, no un administrador… de excusas.
Porque cada vez que Bedolla calla, los que gobiernan son otros: los que queman vehículos, los que extorsionan al campo, los que secuestran las carreteras y los que dictan el miedo como ley.
Y si el silencio sigue siendo su política, entonces que quede claro: el pueblo está despertando, y sí, está mirando y tarde o temprano, también hablará.
• Yo soy Ciudadano X, hasta la próxima…conferencia.
“Sin fuero, sin miedo, sin rostro”






